El nivel de adopción de la siembra directa en soja en el territorio argentino fue en la campaña pasada el más bajo de la última década, aunque sigue siendo –por lejos– el mayor a nivel mundial.
La siembra directa fue adoptada en el 91% del área sembrada de soja en la campaña 2022/23, lo que representa una disminución de dos puntos en comparación con la campaña anterior, según indica un informe elaborado por el Relevamiento de Tecnología Agrícola Aplicada (ReTAA) de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.
“La menor adopción de la tecnología está relacionada principalmente con un incremento de labranza convencional a fin de controlar malezas y de descompactar suelos. Para ello, se ha empleado maquinaria tal como rastra diamante, rastra cadenas y subsolador superficial”, señala el informe del ReTTA.
La región con menor adopción de siembra directa en soja fue el norte de Santa Fe con el 72% (siete puntos menos que en la campaña 2021/22), seguido por Entre Ríos, el sudoeste bonaerense, el sur de la zona núcleo pampeana y la Cuenca del Salado.
La densidad de siembra de soja en 2022/23 fue de 64 kilogramos de semilla/ha. De manera desagregada, para soja de primera y de segunda fue de 62 y 68 kilos respectivamente.
La fertilización de soja registró una mejora a pesar de la condición seca de la campaña 2022/23. A nivel país, la superficie fertilizada del cultivo alcanzó el 54% y la dosis media de fósforo fue de 9,0 kg/ha, lo que significó un aumento interanual de 3,0 kilos de fósforo. “Este cambio estuvo relacionado con cambios en la dinámica del cultivo antecesor, principalmente trigo, y el manejo de fertilización que el cereal recibe en función a la siembra de soja que sigue en la rotación”, explica el informe.
En la campaña pasada la sequía condicionó la siembra de trigo y ocasionó una reducción del 9% del área sembrada con el cereal; eso favoreció una mayor proporción de área de soja de primera, que normalmente recibe mayor fertilización que la de segunda.
“Por otro lado, una práctica habitual en la producción de trigo es realizar la fertilización fosfatada teniendo en cuenta la soja que será sembrada posteriormente (soja de segunda). Dicho de otro modo, la aplicación de fósforo que no fue realizada durante el ciclo del trigo favoreció una mayor superficie fertilizada de soja, con dosis mayores a las registradas campañas anteriores”, remarca el informe.
La dosis de fósforo aumentó en la mayoría de las regiones relevadas, aunque con distintos grados de magnitud en función de la variación de área de trigo. En aquellas regiones en las cuales la superficie sembrada de trigo disminuyó notablemente, las dosis disponible de fósforo se incrementaron.
Por citar algunos casos, y comparando variaciones interanuales, en la región centro-norte de Santa Fe, con una reducción del 20% de área de trigo, la dosis fosfatada en soja aumentó más del 50% al pasar de 5,0 a 8,0 kg/ha.