El pulso seco de enero vaticinaba una catástrofe productiva para la soja hasta que entrado febrero llegaron las lluvias y llevaron algo de alivio a las principales provincias productoras. En paralelo, los precios subieron un escalón desde el año pasado, aunque en un rango bajo en términos históricos, y la baja temporaria de las retenciones a la exportación mejoraron ligeramente los márgenes de los empresarios del sector. En el inicio de una nueva cosecha, el economista de la Bolsa de Comercio de Rosario Bruno Ferrari pintó así el panorama de la oleaginosa. Durante su presentación en el último seminario virtual de Acsoja, el analista destacó que el aumento del área sembrada en la campaña 2024/25, que llegó a 19 millones de hectáreas, “le puso un piso a la producción”.
“Si la superficie sembrada hubiera sido la misma que en la campaña 2023/24, la cosecha estimada sería de 43 millones de toneladas, contra las 47,5 millones que se prevén este año”, señaló Ferrari. Esta última previsión, aclaró, ya fue afectada por los problemas climáticos de principios de año. Al inicio del ciclo se esperaban 52 millones de toneladas.
Este volumen esperado, más el carry over de la campaña anterior y la importación de soja de Paraguay, estimada en 6 millones de toneladas, “recompone los stocks iniciales”, con una oferta de arranque de 60 millones de toneladas.
La industria oleaginosa consolida su demanda. “En 2024 molió al cuarto nivel de su historia, con subperíodos como el que corrió entre enero y abril con registros máximos desde 2014”, explicó Ferrari. Este ritmo de crushing, que sorprendió al sostenerse desde octubre, cuando estacionalmente merma la actividad, tiene como locomotora un “rally alcista” del aceite en el mercado internacional, y un aumento de la exportación de harina, cuyas cotizaciones, en cambio se lateralizaron. Por otra parte, las dudas generadas en el arranque del año por la producción sudamericana impulsaron, dentro de un panorama históricamente complejo, una suba de precios desde el año pasado, que u$s 270 a u$s 300 en el mercado de futuros, entre enero y febrero.
El papel central del complejo oleaginoso en el mercado local de soja es un activo construido desde los años 80, a partir de un proceso de inversiones que llevó a convertir al cordón agroindustrial del Gran Rosario en uno de los más importantes del mundo. Pero, en términos estructurales, este lugar en el mercado global está siendo amenazado por destinos factores.
Los números de la campaña
Javier Preciado Patiño, consultor agropecuario y es funcionario del Ministerio de Agricultura, señaló que la expansión de este sector se frenó hace más de una década, a contramano de los principales competidores globales, como Brasil y EEUU. Desde el momento mismo de la producción, mientras la cosecha local se estancó en el orden de 50 millones de toneladas, la de los otros grandes oferentes creció 100% y 50%, respectivamente.
Como las inversiones en crushing desde los 90 hasta 2014 se orientaron en base a un horizonte productivo de 70 millones de toneladas, la capacidad ociosa de la industria oleaginosa oscila entre 15% y 38%, según las épocas. Y este desfase no es mayor por la creciente importancia de la importación de soja, fundamentalmente desde Paraguay. Esta corriente llegó a su máximo en 2023, por la sequía, con 11 millones de toneladas. “Sin este aporte, la capacidad ociosa hubiera llegado al 69% en ese momento”, apuntó Bruno Ferrari.
Preciado Patiño señaló que los derechos de exportación, que castigan más a la soja, el estancamiento de inversiones en tecnología de semillas, fertilización e infraestructura, así como las trabas al desarrollo de biocombustibles aportaron a configurar, junto con el escenario internacional, esta situación estacionaria.
Mientras tanto, al ritmo del crecimiento de la producción de aceite de soja para proveer al sector de biocombustibles, la capacidad de molienda de Estados Unidos pasará de 60 millones de toneladas a 65 millones, desde ahora hasta 2026.
El crecimiento de la harina de soja
El efecto “colateral” de este crecimiento es el aumento de la exportación de harina de soja, un mercado en el que todavía la Argentina sigue siendo líder, con 28 millones de toneladas. ¿por cuánto tiempo? Es una incógnita, y una preocupación.
En doce años, la exportación de harina de soja subió 81% en Estados Unidos, 62% en Brasil y 22% en Argentina. En la primera potencia mundial, se espera que en breve se duplique el volumen colocado en el mercado global, de 16 millones de toneladas a 32 millones, capturando el 35% de esa torta.
La producción de aceite para la industria del biocombustible en EEUU conlleva el aumento de los stocks de harina de soja, que deben ser colocados en el mundo. Y en ese punto, los norteamericanos se muestran muy activos en la promoción. Incluso, capturando posiciones en mercados relevantes para el producto argentino, como los del sudeste asiático.
“Argentina mantiene el liderazgo en el mercado internacional de harina de soja pero está seriamente amenazada”, advirtió Preciado Patiño.
La crisis del complejo oleaginoso no es gratis para la macroeconomía ni para los productores agrícolas. En el primer aspecto, además de la merma en el ingreso de dólares se corre el riesgo del inicio de un proceso de desinversión en la industria, con su consecuencia negativa en la producción y el empleo. Para el agro, el peligro de la desaparición de un cliente que “compra durante todo el año” puede dar un golpe serio a la estabilidad del negocio.
El especialista presentó una serie de alternativas para salir de este estancamiento. Entre ellas, cerrar la brecha tecnológica en la producción argentina para saltar a una cosecha de 60 millones de toneladas con la misma superficie cultivada, elevar el corte obligatorio con biodiesel (hoy del 7,5%) para aumentar el mercado interno de biocombustibles, profundizar la hidrovía, mejorar el marco regulatorio de semillas para mejorar la inversión en ese sector y discutir la dinámica de los contratos de alquiler, para promover una planificación productiva a más largo plazo.