Isabel Lizaso es productora enla zona de Guaminí, al suroeste de Buenos Aires y transitó un camino de evolución en su manejo agrícola que hoy la pone a la cabeza en los rankings de baja huella de carbono nivel nacional en cultivos como maíz, trigo y soja.
“Nuestro establecimiento San Pedro se encuentra bajo siembra directa hace aproximadamente 20 años y se dedica a la producción de cultivos extensivos, una parte bajo riego y otra en secano. Hasta hace seis años se utilizaban cultivos de cobertura solamente con la finalidad de cubrir el suelo, y evitar la evaporación de agua, compuestos únicamente de gramíneas y en casos puntuales. Casi no se usaba la labranza como herramienta, pero no se descartaba su uso”, explica Isabel.
En busca de mejoras, el primer paso que dio esta productora de Aapresid fue la contratación de un servicio de ambientación con el objetivo de conocer el terreno y las variaciones entre ambientes, seguida por la realización de muestreos de suelo georreferenciados previo a cultivos de trigo y maíz para evaluar correctamente la evolución de cada ambiente según su potencial y manejo.
Un paso más allá, comenzó a utilizar imágenes satelitales para evaluar la evolución de los cultivos y poder hacer las prescripciones de siembra y fertilización según ambiente/potencial.
AL SERVICIO DE UNA MENOR HUELLA DE CARBONO
“Hace algunos años fui invitada a participar de una jornada a campo que organizó en Salliqueló la Regional Aapresid Guaminí -Carhué. Por primera vez en mi vida escuché hablar sobre cultivos de servicios como tales, con sus muchísimos y diversos ‘servicios’ y además acepté formar parte de la Regional. Ahí comenzó un ‘camino de ida’”, relata la productora.
A partir de ese momento las rotaciones pasaron de la clásica secuencia trigo/soja – maíz – soja, a otra más intensiva incluyendo cultivos de servicios de vicia villosa + cebada forrajera o centeno previo al maíz y la soja de primera.
A continuación, comenzaron las siembras aéreas de cultivos de servicios sobre maíces en pie, tempranos y tardíos. Primero utilizaba centeno o cebada forrajera, pero actualmente realiza ensayos para reemplazarlos con Vicia villosa.
Y agrega: “El impacto de este manejo es notorio con cada incorporación de tecnología. Es evidente la disminución de malezas entre un testigo y un cultivo de servicios logrado. En cuanto al aporte de la fertilización biológica y química, es innegable la superioridad de la primera en lo económico, y el mejor aprovechamiento de los nutrientes por parte de los cultivos. Por otro lado, está la inversión en semillas y fertilizantes, que con la diferenciación de ambientes es mucho más eficiente”.
Otro impacto se ve en la mayor estabilidad y resiliencia de los cultivos de renta ante condiciones climáticas extremas, como sequías, golpes de calor o heladas.
En conclusión, un manejo correcto impacta en lo biológico y por ende en lo económico, directamente. En cuanto a los rindes, y a pesar de los años secos, han ido en aumento tanto en los lotes bajo riego como en aquellos en secano.
“En el caso de los primeros, los aumentos en los rendimientos fueron del 49% en trigo, del 53% en maíz y del 17% en soja”, advierte la productora.
CÓMO MEDIR LA HUELLA DE CARBONO
Con el tiempo,Isabel puso el foco en la huella de carbono. “Tenía la profunda esperanza de que al añadir a la siembra directa (que ya de por sí requiere un 60% menos de combustible fósil que un manejo bajo labranza y reduce la oxidación de materia orgánica, y por tanto las emisiones GEI a la atmósfera) prácticas como ambientación, intensificación y diversificación de rotaciones con la inclusión de cultivos de carbono, así como esquemas de nutrición balanceada, la huella de carbono tenía que ser menor. Pero había que medirlo”, explica.
Con el respaldo de la consultora Carbon Group estimaron el balance de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y la huella de carbono de sus planteos productivos.
Los resultados fueron contundentes: en promedio para 5 años, la huella de carbono por tonelada de grano cosechado fue de 48.5 kg CO2eq para soja, 14.5 para maíz y 40.3 para trigo. Estos valores están un 80% por debajo de la huella de carbono promedio de los productores argentinos, medidos por estudios de INTA, INIA y cadenas.
“Pero la baja huella de carabono no solo se debe a que generamos menos emisiones GEI, sino que los planteos sin labranza y con actividad fotosintética casi permanente, aumentan significativamente la captura de carbono en el suelo, lo que impacta directamente en el balance total de emisiones”, completa.
UN EJEMPLO A NIVEL MUNDIAL
Semanas atrás, Isabel compartió su experiencia en el Global Forum for Food and Agriculture (GFFA), que tuvo lugar durante la Grüne Woche (Semana verde) en Berlín.
“Llevar nuestro mensaje al mundo es muy importante para posicionar nuestros modelos productivos como aliados en la lucha contra el cambio climático. No es menor el hecho de que, por ejemplo, el trigo argentino tiene una huella de carbono un 62% menor al del trigo español, o que el maíz argentino tiene una huella de carbono un 52% menor a la de China o Tailandia”, explican desde el Programa Aapresid Internacional, que busca posicionar la agricultura argentina como aliada estratégica en el desarrollo de modelos productivos sustentables y capaces de contribuir a los desafíos globales de la producción de alimentos.
En este sentido, el productor argentino no solo hace punta en lo que es adopción de tecnologías sustentables sino también en la participación dentro de modelos de innovación en red, en donde en cada región se reúne con otros productores a compartir experiencias y descubrir soluciones a problemáticas comunes.